
No existía forma de imaginar que una mano infernal, con forma de agua, preparaba su equipaje de muerte y destrucción para arrebatarles su tesoro más preciado: sus hijos Smarlin y Jefferson. Acostaron temprano, a los niños, como era costumbre, pues en la mañana las dos mayores debían asistir a clases.
Cenaron y jugaron dominó junto a otros miembros de su comunidad cristiana. Cerca de las 12:00 de la medianoche éstos se marcharon en medio del aguacero. Pronto la pareja también se fue a la cama.
Alberto es ebanista, especializado en instalación de puertas y ventanas. Es un joven que, a pesar del poco tiempo que tenía residiendo en ese sector, se había ganado el respeto de sus vecinos. “Él siempre va de su trabajo a la iglesia. Es un muchacho muy serio”, comenta un vecino embadurnado de lodo. Mónica se encarga del cuidado de los niños. http://www.listindiario.com.do/